La ansiedad puede ocasionar molestias puntuales, pero también puede ser la culpable de enfermedades o dolencias crónicas.
La acumulación de estrés y los nervios del día a día pueden convertirse en un brote de ansiedad si no se alivia este malestar. En un post anterior ya hablamos de los tipos de ansiedad, los síntomas y sobre las distintas formas de combatir sus efectos. Pero, para crear conciencia sobre la importancia de intentar reducir el estrés, es importante conocer los efectos negativos que puede causar en el organismo.
Cualquier persona que haya pasado por una crisis de ansiedad o sufra de nerviosismo conocerá los síntomas más comunes: presión en el pecho, palpitaciones, sensación de fiebre, temblores o la sensación de tener una bola en la garganta entre otros. Además de estos efectos, la ansiedad también desencadena varios procesos químicos que alteran el organismo:
La tensión en la garganta y los músculos
El estrés hace que los fluidos vitales se desvíen hacia zonas fundamentales del cuerpo. Esto provoca espasmos en los músculos de la garganta, que se traduce en rigidez en la zona, dificultad para tragar e irritación de la laringe.
Además, por la misma razón, los músculos de todo el cuerpo se tensan, lo que conlleva una presión en varios grupos musculares amplios. Esta tensión se suele notar antes en las cervicales, la parte alta de la espalda y los lumbares.
Si se padece estrés de manera crónica, significa que los músculos están tensos la mayoría del tiempo. Esto da lugar a dolor de cabeza, cuello, migrañas y rigidez en los hombros.
Reacciones en el hígado y el bazo
Ante una situación de estrés, el bazo comienza a liberar más glóbulos rojos y blancos de lo normal. Esto se produce para generar más oxígeno. Igualmente, el órgano también influye en el flujo sanguíneo, que se incrementa entre un 300 y un 400% para hacer frente a la situación estresante.
Si una situación de estrés se prolonga demasiado o la ansiedad es constante, el bazo tiene que trabajar en exceso. Por otro lado, ante el estrés, el cuerpo produce una cantidad excesiva de cortisol, la hormona que produce la sensación de ansiedad. Ante eso, el hígado aumenta la cantidad de glucosa en el organismo, es decir, azúcar.
Para una persona sana, esta cantidad extra de azúcar no será un problema, ya que su organismo puede reabsorberla. Pero, si por el contrario, la persona padece diabetes, este azúcar adicional puede ser un auténtico problema para su salud.
Reacciones en la piel
El estrés hace que el flujo sanguíneo experimente cambios, lo que afecta, entre otras cosas, a la piel. El sudor frío, el enrojecimiento de la cara o la sensación de tener la cabeza caliente son los primeros síntomas ante la ansiedad. El sistema nervioso simpático se activa en una situación de estrés para dar más fortaleza y agilidad al cuerpo para superar la situación de peligro. Es un mecanismo ancestral que tienen la mayoría de seres vivos.
Una de las consecuencias de que el sistema simpático se active muy a menudo es que puede envejecer la piel. Si, además, la persona padece algún tipo de alergia o piel atópica, puede que los síntomas de esta aparezcan. De este modo, es común que durante un periodo de estrés, aparezcan zonas enrojecidas en algunas partes del cuerpo e, incluso, eccemas pronunciados.
El sistema inmune se debilita
Está comprobado desde hace mucho tiempo que el sistema inmune se resiente durante los periodos de estrés. Ese es el motivo por el que una persona estresada tiene más posibilidades de enfermar.
Existen números estudios e investigaciones que confirmar que el sistema inmune empeora ante el estrés y el desánimo. Normalmente, según los expertos, las personas estresadas suelen acatarrase, al igual que padecer algunas infecciones e inflamaciones.